miércoles, 15 de septiembre de 2010

Mi romanticismo idílico...o algo así.

Despiertas.

Lo sé porque noto cómo te estiras y desperezas, ahogando un gruñido que empieza grave y va haciéndose más agudo según te vas estirando como un gato más y más, hasta tocar el cabecero de la cama con las manos.

Sonrío un poco, sé que no quieres despertarme y por eso no gritas al estirarte, como estoy seguro que haces cada vez que te despiertas. Algún día te pediré que lo hagas, si es que esto dura más y cogemos más confianza, o si por algún motivo ajeno a todo esto que nos está pasando ahora, despertamos juntos una mañana cualquiera.

Silencio.

Te has girado, me estás mirando y pensando, seguro, pensando a saber qué. (¡Qué pereza! ¡Qué vergüenza! ¡Cómo me duele la cabeza! Que no se despierte y me vea con estas pintas. Ron y tequila es una mala mezcla. ¡Qué resacón llevo encima!).

Yo mantengo los ojos cerrados. Debe estar entrando luz por la ventana, y deben ser las doce o así. No lo sé. Ni me importa. En medio de todo este pestazo a tabaco, hay olor a ella por todas partes, sobre todo en la almohada, yo me estaría aquí todo el día. Pero ella no.

Se ha levantado de la cama, despacito y en silencio, y camina de puntillas hacia el espejo. La oigo resoplar. (¡Qué pelos! ¡Qué cara! ¡Qué todo!) Me gustaría levantarme de repente, que ella se girase a mirarme, con todo su rímel corrido y ese pelo enmarañado y yo gritarle un ¡GUAPA! que me oyesen hasta en la calle -y eso que estamos en un sexto piso-. A ver si así le sacaba una sonrisa resacosa, de esas que hacen bella a la más desarreglada, de esas que me enamoran a mí.
Vaya, me conseguiría enamorar. Pero sólo durante los escasos segundos que durara ese momento -que esto son palabras mayores-, el resto del día desde que saliese de su casa a lo mejor pensaba en el buen tiempo, el concierto del sábado, cargar el móvil, quéculotienelavecina, comer y dormir, pero no en ella. Y a lo mejor mañana tampoco.

Se oye un bostezo.

Me gusta que al acabar de bostezar la gente deje un resquicio de voz, como ….uahhh. Ella lo acaba de hacer, y si no me equivoco ahora está buscando su ropa interior. Suerte. Lo hace rápido, con sigilo, delicadeza, lo convierte en un arte. Ahora, sobria, seguro que se avergüenza un montón de estar desnuda a plena luz del día y delante de mí. ¿Estrías, michelines, o quizás pelos?

¿De qué te avergüenzas –me gustaría preguntarle-, de tu cuerpo o de que yo pueda verlo? Te tiraría a la cama y te mordería la oreja hasta que lograses comprender qué estamos haciendo los dos aquí, a lo mejor te susurraría algo bonito para que dejaras de poner esa cara tan fea cuando te miras al espejo, o a lo mejor bajaría al cuello, y luego más abajo, para ver cómo te ausentas de ti misma y dejas de una vez de pensar en bobadas.
Pero aquí sigo, sin moverme y espiándola a cada sonido que emite. Suena un deslizar de ropa: parece que acaba de encontrar sus bragas. Lástima. Yo, para ella, sigo dormido. Y qué bien huele esta almohada, joder, será el suavizante, yo qué sé.

Pin, pin, pin: camina de puntillas hacia el baño. Abro un poquito los ojos, y consigo distinguir unas bragas negras que salen de la habitación. Desaparecen.
Me incorporo. ¡Jodido garrafón! No puedo ni mirar directamente a la ventana. Oigo correr el agua. A mi sí que me vendría bien una ducha. Miro a la mesilla de noche: las dos y diez. ¡No jodas! Me tengo que ir cagando leches. Suena la caldera: sí, se está duchando. Mira que me sabe mal escapar, así de repente, pero no me queda otra. La esperaría, pero las tías en la ducha, ya se sabe. Me visto a toda velocidad.
La oigo tararear algo de trompetillas de alguna canción ska, el caso es que me suena. Joder, son y cuarto. Si corro, pillo el bus. ¿La niña tampoco podía vivir más cerca?

Lalalaaaaa lalaaaaaaa. Y además desafina. Se me escapa una risilla. No canta bien, de eso no cabe duda.
Cojo la chaqueta y salgo de su habitación. Me paro delante de la puerta del baño y no puedo evitar el pensar en mí, entrando y metiéndome en la ducha, dándole un beso debajo del agua y diciéndole al oído: Por favor, no te dediques al canto. Pero me tendría que volver a quitar la ropa, y quedarme un buen rato para lo que -inevitablemente- vendría después, y así ya sí que no cojo el autobús ni de coña. Pero me tienta la idea.
Salgo de su casa y bajo rápidamente las escaleras, maldiciendo el ascensor estropeado ¿Cómo pudimos subirnos seis pisos anoche con la que llevábamos?

Ya abajo, diviso el autobús en la parada. ¡Joder! Corro, corro, corro, ¡bien! el busero me ha visto venir, qué suerte. Vaya, no tengo el abono en este bolsillo. Ni en éste. Ni en la chaqueta. Ni en…. Mierda, ¿lo habré perdido? Vamos, no, esto debe ser una broma. Que no tengo un duro, jodeeeer. De repente algo naranja cae del cielo a unos cuantos metros de mí, voy a por ello como las balas, lo cojo: mi abono. ¡Uff!
Instintivamente, miro arriba, y allí está ella, asomada desde un sexto piso, diciéndome adiós con la mano.
Mira… lo siento, pero… es que tengo que hacerlo.
¡¡¡¡¡¡¡GUAPA!!!!!!!

Y me parece ver retumbar las paredes de tu edificio y todo. Miro atrás y todo el autobús me observa, unas señoras se han tapado los oídos con expresión de disgusto.

Por fin subo al dichoso autobús, pico el abono en la maquinita, el autobusero me mira.
Vaya, sí que es guapa tu novia, ¿eh? – comenta con sorna.

Asiento con la cabeza, la verdad es que me gustaría volver a verla y morderle la oreja y decirle un par de cosas al oído que le hicieran olvidarse de todas sus
imperfecciones, y luego bajar por su cuello... 















2 comentarios:

Laurita dijo...

donde he leido esto yo antes?

la libertad de desobedecer al trece dijo...

me encanta la manera tan sutil con la que has descrito el sentimiento de verguenza de los comienzos...
y me ha encantado ese ¡GUAPA!...
CUANTAS RECUERDOS ME HAS HECHO RECORDAR!