martes, 12 de octubre de 2010

Constelación de lunares.

Cuando se despertó y se giró, se encontró su espalda desnuda. La sábana a la altura de su cadera, su melena sobre la almohada y aquellos lunares preciosos adornando su espalda. No entraba luz por la ventana, la persiana estaba totalmente cerrada, pero no hacía falta. Veía su silueta girada contra el colchón.

Entonces se dio cuenta de que ya estaba. Se había enamorado, ya no habría ninguna otra. La miraba y se le hinchaba el corazón, y como se le hinchaba el corazón se le encogía el estómago (porque todo junto no cabe). Y con sus dedos recorrió sus lunares, dibujando constelaciones y cielos infinitos. Y sintió ese amor clásico de película, de miradas llenas de ternura y sonrisas tontas y bobaliconas, aquel que tantas veces había criticado y había llamado ñoño y pasteloso... casi tantas como había deseado vivirlo.

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